El atardecer en la playa es uno de los mejores paisajes que puede ofrecer este planeta. Y si es en compañía mejor…
Aunque era muy joven cuando ocurrió ese acontecimiento, lo recuerdo como si fuera ayer. Para ese entonces ella era la única que acaparaba mi atención. La playa quedaba cerca del pueblo donde vivíamos y había un lugar secreto; bueno para mi era mi lugar secreto. Ese día sabía que nos daríamos nuestro primer beso y el mar seria testigo de ese momento memorable.
Prendí una fogata y lleve una frazada. Ella quería estar abrigada y calientita a mi lado. Puntual llego ella. El corazón me latía a mil, en su caminar se notaba sus nervios. Apenas éramos unos niños pero con pensamientos de “adultos”. Con un abrazo fuerte la recibí, sus ojos iluminados indicaban que el sentimiento era mutuo.
Una charla prolongada nos mantuvo juntos con la frazada frente a la fogata. Era hora de la despedida. Y el momento mágico había llegado.
La tomé de las manos, la miré fijamente con una sonrisa de punta a punta. Ambos cerramos los ojos y acercamos nuestros labios rojizos para unirlos en un eterno beso.
Mi piel se erizaba con cada movimiento que hacia nuestras lenguas, mis manos agarraron su cuello suavemente; las de ellas se entrelazaban en mi cintura. Sentí como si en la playa cesaban las olas y la fogata se encendía con el calor que generaban nuestros cuerpos. Luego de volver a la realidad nos tomamos de las manos, nos dimos media vuelta y nos marchamos. Atrás quedaban las cenizas de la fogata y el momento perfecto de nuestras vidas…